Coordinadas ZGZ y Ontopic XL, en Etopia (Zaragoza)

Un caracol hipster aplastado en ocho segundos

Tras escuchar, valorar y meditar, he llegado a una conclusión: soy un caracol aplastado por la velocidad de la luz. Todas mis fortalezas son inútiles en un mundo en el que impera la dictadura del click. Así me siento después de pasar tres días escuchando testimonios de expertas y expertos en Coordinadas ZGZ, encuentro de emprendimiento y empoderamiento femenino, y OnTopic XL, jornadas de contenidos digitales.

Las citas, celebradas en Etopia, Centro de Arte y Tecnología de Zaragoza, han cargado mi cerebro de una información densa que mi edad y mis circunstancias me llevan a procesar con lentitud. Y que me han aterrorizado. La conclusión que me llevo de OnTopix XL, encuentro sobre contenidos digitales, es que la tendencia de consumo es contraria a mi naturaleza y mis fortalezas.

Cuando escribo estas líneas, un 23 de septiembre de 2017, tengo cuarenta años. Noto cada día cómo mi cabeza no me funciona igual, cómo es menos rápida y flexible que hace cuatro años, antes de que naciera mi hijo. Mi rapidez pretérita mengua a pasos agigantados.
A pesar de esta cruda realidad, mi «yo» más joven tampoco hubiera encajado con las tendencias actuales en consumo de contenidos digitales. Porque mi fuerte han sido siempre las palabras meditadas, masticadas, digeridas en al menos cuatro estómagos antes de ver la luz.

Además, siempre me he sentido cómoda en el terreno de las emociones, de la empatía, del respeto a las palabras y sentimientos ajenos. Una delicada labor que requiere de tiempo, sosiego, meditación. Me siento incapaz de llevar a la práctica esta labor en los ocho segundos que, cómo máximo, te da el consumidor actual como oportunidad para conquistarle.

Tal y como explicaba la socióloga Dolors Reig en la charla que cerró OnTopic XL, la Generación Z, la de los muchachos y muchachas nacidos poco antes de que comenzara el siglo XXI, le da a los contenidos un máximo de ocho segundos para saber si le interesan o no. Y los prefiere breves, informales y ligeros. Los pulgares de esta generación son veloces, tanto como su capacidad para saltar de un contenido a otro a la velocidad de la luz. Como todas las generaciones que les precedieron, tienen su propia narrativa, en su caso, la denominada «youtuber», y piensan y actúan de un modo diferente a las generaciones precedentes.

Tras escuchar semejante revelación, fui consciente de que este caracol de cuarenta años no puede conectar con ellos. Estoy fuera del mundo digital, el único en el que se pueden ofrecer contenidos que tengan un mínimo alcance, especialmente cuando emprendes en solitario y no tienes un medio de comunicación convencional que te respalde.

Soy un caracol periodístico que solamente puede conectar con consumidores que me son próximos generacionalmente, que entienden el consumo de información del mismo modo que yo lo entiendo. Porque, aunque quisiera adaptarme a ese ritmo (que no me apetece en absoluto) no soy capaz de hacerlo.

Yo era un caracol feliz hasta que, tras estos tres días de charlas, tomé conciencia de mi anacronismo. Soy un dinosaurio del siglo XX que alguien colocó en el vertiginoso siglo XXI. Antes de que naciera mi hijo era «jóven», hace apenas cuatro años, y ahora estoy fuera del mundo.

No puedo y no quiero seguirle el ritmo a este modo de ver la información, la comunicación. Me fascinan las posibilidades del mundo de la comunicación digital actual, pero no puedo con tanta «infoxicación», con tantas novedades, tendencias, palabros y «coñings» como suelo denominar a todas esas palabras en inglés que cada cierto tiempo se ponen de moda para definir tendencias o modas vacías de contenido. Lo que antes se llamaba «echar unas cervezas con compañeros y ver qué se puede hacer» ahora se denomina «networking». Lo que antes era «no tengo un duro y voy a compartir oficina con otros siete» ahora se llama «coworking». Y muchas otras expresiones que habrán surgido en el largo rato que a este caracol hispter le lleva escribir un post de su blog.

Las opciones que se abren hoy en día para el desarrollo de un periodismo de utilidad para la sociedad son inmensas. Tal y como explicaban los compañeros de Datadista en OnTopic XL, Internet y la ley de transparencia ponen a disposición del público curioso todo tipo de datos que, debidamente analizados, pueden llevar a interesantes conclusiones.

Lo que no está tan claro es cómo vamos a ganarnos la vida con ello. Cómo se gana dinero haciendo información, cómo se obtiene un salario. Cómo vivir de esta profesión. Sin necesidad de dar clases en la universidad o hacer de community manager para una multinacional para conseguir un salario que nos permita hacer «periodismo deportivo». Y no me refiero a aquel que se dedica a cubrir partidos de fútbol, sino el que se hace por deportividad, sin lucro alguno.

Me encanta esta profesión, a quién no le gusta. Pero tengo claro que necesito un salario para vivir. Y punto. Lo demás es jugar. No soy una excéntrica y rica heredera que se dedica a hacer información en sus ratos libres. Soy una persona que depende de un salario para sobrevivir. Y no puedo perder el tiempo.

Si este es el carro, me bajo ahora mismo. No puedo ni quiero seguirle el ritmo al universo digital actual. Me pilla el toro cada cinco minutos, me canso consultando cómo 300 medios de referencia en el mundo abordan la espinosa cuestión de ganarse un sueldo haciendo información, para tratar de obtener alguna conclusión, porque no me da la vida para todo. No me llega el tiempo para jugar a periodista mientras desarrollo una profesión que me da el pan y crío a un pequeño al que no quiero robarle mi tiempo.

En este punto varias asistentes a Coordinadas ZGZ, jornada de emprendimiento y empoderamiento femenino, me echarían la bronca. ¿Cómo me atrevo a priorizar mi vida a la del triunfo profesional? Comprendo el punto de vista de mujeres que me precedieron y que optaron por la profesión, entiendo que vean la maternidad como esa imposición social que les impedía ser libres. Esa reflexión me venía de cuna hasta que llegó mi niño y hechó toda mi ideología y mis prejuicios por tierra

Un hijo es una realidad inmensa que te insta a cambiar tu modo de vida. Y así es. Cada cual toma la decisión que toma en la vida. Pero, mujeres que me precedísteis, no estoy sometida a ningún poder ni condicionamiento social, nadie me ha obligado a nada, ni me insta a hacer una cosa o la otra. Es más, he tenido que luchar contra miradas críticas que ven con malos ojos que haya decidido criar a mi pequeño, que me haya negado a delegar sus cuidados. Muchos critican que haya dejado de lado una carrera profesional que, por otro lado, tampoco es que fuera a ningún lugar que quisiera llegar. He tomado una decisión contracorriente y asumo y conozco sus terribles consecuencias. Cada vez que se elige, se gana y se pierde. Yo he decidido con pleno conocimiento de lo que perdía y los riesgos en los que incurría. Como el es el riesgo de pobreza. Pero SIENTO que es lo que tenía que hacer en ese momento.

Ahora trato de reengancharme a un mundo laboral que aparqué hace apenas dos años y de pronto soy un caracol. El mundo ha corrido a la velocidad de la luz y me ha dejado atrás, a años luz de la realidad digital presente y futura.

¿Qué haré después de tan terrorífica epifanía? Pues no tengo la menor idea. Pensaré mientras trabajo, trabajaré mientras pienso y entre medias haré lo que pueda por vivir mi vida sin agobiarme demasiado. Pero, si algo he aprendido en estos cuarenta años, es que la vida corre muy rápido. Cuando menos te lo esperas, pasas de joven a vieja, de estar en el mundo a estar fuera de él. Por ello, trataré de encontrar mi lugar en el espacio laboral con la perspectiva de que mi vida es finita y vale la pena vivirla.

Photo credit: <a href=»http://foter.com/re/0fc98e»>Foter.com</a>

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